Tomás Martínez Gómez -tal era su nombre- nace en Berlanga de Duero -en la llamada calle de las Monjas- hacia 1487. De modesta familia de agricultores, su infancia y primeros años de juventud transcurren en la tierra de los Velasco, señorío del condestable de Castilla. De sus estudios primarios se sabe que fue un muchacho de ingenio, aplicación y virtud. Más adelante, parece que estudió en El Burgo de Osma, donde enseñaba Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de los Dominicos.

 
En 1508, profesará él en esa misma Orden, en Salamanca, centro religioso y cultural que ejerció un protagonismo muy directo en el proyecto del primer viaje de Colón a América, asesorando al descubridor. Ese ambiente desarrolló, sin duda, en  Tomás de Berlanga, su interés y su formación en temas geográficos, náuticos y de historia natural, que, luego, aplicaría en sus propios viajes por el Nuevo Mundo.
 
A los dos años de su estancia en Salamanca, en 1510, embarcó para América formando parte de la segunda expedición de dominicos que envió aquel Convento bajo la dirección de fray Domingo de Mendoza. En la isla de La Española se encontraron con misioneros de la primera expedición de 1509, siendo elegido fray Tomás prior del convento de Santo Domingo, donde impuso (1522) el hábito de esa Orden a fray Bartolomé de Las Casas. Allí llevó las primeras plantas de plátano.
El año 1531 es enviado a Méjico como viceprovincial de su Orden. De 1531 a 1545 es obispo de Panamá. Ya había recibido, en 1533, el título de consejero de Su Majestad, y en 1535, el de legado regio para intervenir como mediador en las disputas que sostenían los conquistadores de Perú, Almagro y Pizarro: con ocasión del viaje que hubo de hacer por esa causa, las corrientes marinas le llevaron a un archipiélago que él descubrió y bautizó con el nombre de Galápagos, por los que allí abundaban tanto.
Cansado y achacoso, renunció a su sede episcopal en 1537, regresando a su Berlanga natal, donde continuó su vida estudiosa y filantrópica hasta morir el año 1551. Trajo, disecado, de las aguas del río Chagres, el famoso lagarto -al que los berlangueses llaman, popularmente, el ardacho -y que podemos ver expuesto, a la entrada del interior de la colegiata. La leyenda dice que se paseaba mansamente por las calles de la villa tras las humildes sandalias de su dueño. Al morir fray Tomás -sigue la leyenda- el lagarto recuperó su natural ferocidad, y aunque atado con grueso ramal en la Huerta de las Monjas, atacaba por las noches en sus aposentos a las muchachas vírgenes que tenían su primera menstruación. Y hubo que matarlo...
Hoy, lo vemos, como se dijo, en la colegiata, reseco, relleno el vientre con paja y trapos de prendas femeninas...
El siglo XVI y América fueron los magníficos escenarios -en el tiempo y en el espacio- de una vida tan fecunda y cuajada de riesgos y aventuras como la de fray Tomás de Berlanga, uno de los hombres de gran talla que tuvo España por entonces, y en el cual se funden armoniosamente el patriotismo y la modernidad. En su ideal de vida -que nunca expresó en escritos doctrinales- está siempre presente la razón práctica. Ese ideal, ese pensamiento -resaltado por su poderosa personalidad- es modélica ejemplificación de una primera toma de conciencia sobre el verdadero sentido de nuestra acción colonial en América. Su actitud ante los indios es enteramente moderna y abre paso a la creación del derecho internacional. Parece él mismo un reflejo de las palabras Levanta al pobre de la tierra y al rico del estiércol, palabras que, en la Cruz de su Orden y como lema de su propio ideario, se inscriben en su escudo.
 
Si su actividad misionera fue fecunda, no resultó menos su actividad impulsora de la agricultura en el Nuevo Mundo. Puso fin a las luchas internas entre Almagro y Pizarro para fijar las jurisdicciones en el Perú recién conquistado. Su obra colonizadora sirvió, también, de norma o conducta a seguir. Otro atisbo de la genialidad de fray Tomás fue el de prever la posibilidad de comunicar el Atlántico con el Pacífico por el istmo de Panamá, según le advierte en carta de 22 de febrero de 1535 a Felipe 11, anticipándose en casi tres siglos a lo que no ocurriría hasta la apertura del canal de Panamá, el año 1914. El fraile dominico de Berlanga es, en suma, una de las figuras señeras de mayor proyección y universalidad que ha dado nuestra tierra.).
Texto tomado del libro de J.A. Pérez-Rioja Apuntes para un Diccionario Biográfico de Soria, Caja Duero, Soria, 1998.

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